viernes, 23 de diciembre de 2011

Victorino en el cine venezolano

Álvaro Martín Navarro
Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Caracas

El estar solo en el cine generando encuentros de discursos y valores, observando las encarnaciones en los discursos-personaje, será una particularidad que permite al cine contrastar y proponer realidades “fuera” de los discursos oficiales e institucionales. Para observar esto podemos realizar un ejercicio hermenéutico a partir de un producto cultural particular. En este caso podemos tomar en principio y someramente la obra literaria que nace de la mano de Miguel Otero Silva: Cuando quiero llorar no lloro, (1970), pero nos quedaremos con su representación fílmica del mismo título y dirigida por Mauricio Walerstein en 1973. Pensamos que estas obras lograron concretar en el imaginario venezolano las particularidades míticas que conforman los discursos identidad clasista que conformó el “ser venezolano”. Estos discursos de identidad satisfacen las contingencias que vivió Venezuela durante los años setenta, ochenta y parte de los noventa, pero en la actualidad pensamos que estas clasificaciones y códigos están “gastados”, usados cuando queremos repensar nuestra identidad, o repensarla desde una identidad cultural, pero la idea más que entrar en un debate teórico acerca de la identidad es mostrar trazos de esa posible clasificación y estructuración mítica.


Los tres discursos de clase propuestos por Otero Silva son resumidos por cada uno de los personajes literarios principales, son visiones, identidades y comportamientos propios derivados por las clases sociales en las que participan. Asimismo los discursos que esgrime cada personaje son predeterminados y sustentados por las instituciones de poder económico/político/social que los determinan. Estos discursos no sólo prefiguraron una forma de pensarnos sino que la institucionalizó, creando parérgones o marcos que han delineado los discursos de los tres Victorino sin posibilidad de leer, durante mucho tiempo “otra propuesta”.


A partir del film Cuando quiero llorar no lloro (1973) dirigido por Mauricio Walerstein, se observa un desplazamiento lineal, unos procesos de desterritorialización y reterritorialización, así como encarnación y encuentros de valores y criterios. Allí los tres Victorino serán encarnados y conformarán los lenguajes, visiones e imágenes de la clase alta –Victorino Peralta–, media –Victorino Perdomo– y baja –Victorino Pérez– de nuestra sociedad, predeterminándola desde entonces a través de códigos y mitos como Victorino Pérez siempre será negro o moreno, sin educación y destinado a ser malandro; o Victorino Perdomo será idealista, torpe, inseguro y fácil de sacar de casillas; o Victorino Peralta, hábil, “vivo”, exitoso y sin escrúpulos. Estas son “las herencias” que hemos tenido para identificarnos grosso modo, una torpe herencia que cierra nuestras posibilidades de comprensión y concreción de lo que somos, y especialmente en las posibilidades de entendernos.


Si bien las obras cinematográficas encarnan los lenguajes por medio de los personajes, la imagen del personaje se sobrepone a su discurso, por lo que las imágenes de las personas pertenecientes a cada estrato social predetermina el discurso de identidad en sí, por lo que si pensamos que las imágenes literarias que realizó Otero Silva han sido calcadas y repetidas una y otra vez por el cine, tenemos, como diría, Sartre(1), la necesidad de ejecutar saber, porque para el autor francés, las palabras son el soporte del saber y la imagen queda como la ejecución de ese saber. Dentro de esta argumentación la puesta de escena de ese saber de la obra de Otero Silva construyó una ejecución en el cine de ese saber, un saber sectorializado por las clases sociales, y que se han repetido hasta entrado el siglo XXI. ¿Pero se sostiene?, ¿podemos preguntarnos que al no identificarse el “sujeto venezolano” con ninguna clase social, sus discursos entran en una catástrofe?, ¿o pensar la opción de reordenar nuestra identidad no desde una predeterminación social/económica/política sino desde otras posibilidades, valores éticos, estéticos, gnoseológicos, críticos, nos hará un sujeto “menos venezolanos”, pero con una identidad cultural que nos permita vernos desde una perspectiva más humana, más completa, más global?


Para tratar de ver someramente las consecuencias de estas preguntas, podríamos pensar la función de ciertas imágenes encarnadas y sus discursos realizadas por actores prototipos como Orlando Zarramera, Pedro Lander, Franklin Virgüez, en la encarnación de Victorino Pérez: de origen humilde, sin padre, criados por una madre pusilánime, “destinados a ser malandros”, y cómo él predeterminará un calco que se mantiene hasta en películas como Sicario, Huelepega, y Secuestro Express, aunque pensamos que en esta última película el calco comienza a distorsionarse. Igualmente observamos como el calco para Victorino Peralta y Victorino Perdomo. Ahora bien muchos personajes han sido interpretados forzosamente y encasillados en la clasificación de ser algún Victorino, en esa medida hacen reproducciones literales de la construcción del sujeto venezolano desarrollado por las diferenciación de clases, inhibiéndole desarrollos de discursos, alternativas por ejemplo el de los valores éticos, para engranar identidad cultural o encuentros con valores distintos para la construcción de un “ser venezolano” cruzado por los procesos contingentes sociales-económicas de la sociedad venezolana.


Por eso nuestra búsqueda se centra en encontrar el cuarto Victorino o una identidad cultural, esto es, su(s) discurso(s) y encarnaciones dentro de quehacer cultural, ético, estético, gnoseológico. Vemos los cruces de los Victorino y sus respectivas encarnaciones, observamos a Victorino Pérez encarnado por Orlando Zarramera, Pedro Lander, o Franklin Virgüez, en películas como Soy un delincuente, Graduación de un delincuente, Cangrejo I, junto a los discursos e imágenes de Victorino Perdomo y Victorino Pérez encarnados por actores como Miguelángel Landa, Orlando Urdaneta, Daniel Alvarado, Asdrúbal Meléndez. Esto actores han intercambiado los distintos discurso de esos dos Victorino, ellos han sido “encarnadores”, “imágenes” de las diversas metamorfosis de las imágenes literarias de esos dos personajes, es decir, han sido quizás los actores del cine venezolano que han logrado una mayor reterritorialización del “ser venezolano”.


Estos intérpretes han hecho, en innumerables películas, una promesa de identidad del venezolano, que ha sido simplificada en ser algún Victorino, pero qué ocurrirá si “leemos” con otras estrategias sus discursos, sus identidades, sus promesas, del “ser venezolano” como postula un “sujeto crítico”. Tampoco debemos perder de perspectiva que estos artistas han trabajado con los más importantes cineastas venezolanos, lo que nos lleva a pensar que sus imágenes encarnadas son el resultados de propuestas estéticas, éticas, gnoseológicas, tanto de los directores como de la sociedad que tratan de describir, por lo que influyen directamente en la conformación del imaginario venezolano.


Trataremos de mostrar las metamorfosis en los diversos Victorinos que se han encarnado, pero teniendo en cuenta cómo manejan los discursos de identidad cultural en cada representación y cómo tratan estratégicamente de leer otros discursos de identidad que no están cercados por la herencia de los tres Victorino, ni por la sobredeterminaciones culturales del sujeto venezolano. Así tenemos por ejemplo que Victorino Pérez siempre muere, por ser malo, malandro, tramposo, feo y negro, pero que en las película secuestro express, los Victorino Pérez –Budú y Nigga–, salen exitosos y el Victorino Peralta –Jean Paul Leroux– es asesinado, su padre no lo ayuda y devela toda una cantidad de “antivalores” que permite un rechazo del discurso de las personas de clase alta, mientras el Victorino Perdomo, sigue siendo el idealista, romántico y soñador que presentaba ya Orlando Urdaneta en la obra prima de Walerstein, pero que en la de Jakubowicz, interpretado por Carlos Molina –Trece– introduce unas reterritorializaciones entre las diversas esferas de lo buenos y lo malo, de lo feo de lo bello, del bien y del mal, saliendo de un mero ambiente de clase media acomodada.


Pensamos que es necesaria estas relecturas de la identidad, y especialmente propulsar una nuevas recodificaciones de lo que podemos llamar identidad cultural, para poder estudiar los cambios y resultados que se realizan desde el cine para explicar los síntomas de la sociedad latinoamericana, de ahí que la investigación busque un capítulo para reflexionar desde el cine latinoamericano y cómo la propuesta de identidad cultural engranaría. De las propuestas que se verán y fundamentarán a lo largo de la investigación, las desplazaremos para acercaremos al cine latinoamericano a través de autores como el ecuatoriano Sebastián Cordero, director de Ratas, ratones, rateros; del mexicano González Iñárritu director de Amores perros; de la argentina Lucrecia Martel, directora de La niña santa, del colombiano, Víctor Gaviria, director de Rodrigo D. No futuro, o de los uruguayos Rebella y Stoll con 25 watts. Quedando por lo tanto la posibilidad de una arista de integración de una identidad cultural latinoamericana que separe las frontera de las identidades clasista o nacionalista que han sido dadas posiblemente por una cultura económica más que ética, estética, gnoseológica.

(1) Esta propuesta la rescatamos de Sartre, especialmente en su análisis de la en su libro Lo imaginario.









Universalia nº 29

http://universalia.usb.ve/anteriores/universalia29/victorino.html

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